lunes, 30 de marzo de 2009

30 días

Como si me contara el informe de un país del tercer mundo en vías de expansión, todas mis intenciones convergieron en didascálias que estaban de más. No alcanzaron las ganas ni el mar. Todo se inyectó en furia una noche clara que mis ojos vieron llover donde había sequías perdurables. Vacía me quedé, cuando apenas había cubierto el fondo de la lata con ese líquido que resultó agridulce, en medio de la oscura nada. Me pensó entrometida, tuve que excusarme con casualidades que sobraba explicar. Como si un gallo dorado cantase petrificado a la luz de la luna borravino, el minúsculo tiempo pasó sin penas y sin glorias. No pensé que mis inocentes palabras sofocarían un racionalismo tan arraigado. Pero las formas siempre se mantuvieron, un agradecimiento incesante a gestos tan gratuitos como el aire de respirar. Relajación, nula. Intimidad, vedada. Sonrisa, soñada. La mujer, con flores decorada. Pero no. Me lo avisó con caballerosidad implantada. Puso en su país una barrera de estructura metálica, de ingeniería inteligente, sostenida con objetivos y proyectos a corto, mediano y largo plazo. Con razón los países del tercer mundo nunca se terminan de expandir, pensé. Tienen las barreras y las vías pero aún no tienen los trenes para atravesar las tierras que llegan al mar.

Blown with the wind

Ella camina sola. El viento vuela, mucho. Fuerte a veces, suave también. Y ella se pone la capucha, y un poco se deja ir con el viento que la arrastra, porque quiere o porque ya no tiene tantas fuerzas. Un poco también se deja, porque está cansada, y se agarra la capucha, con sus dos manos, y el pelo un poco se le escapa, por la cara, y le tapa los ojos, y deja de ver. Frena en medio de la avenida, y mil autos pasan, a millones de kilómetros de velocidad, a un paso de su cuerpo. Está ahí y piensa en morir, qué fácil es la muerte. Un sólo paso necesita, o un poco más de viento, que la vuela, a su cuerpo, que está débil de a ratos, y un poco porque ella se deja. Pero no, decide frenar, con el viento que le mueve el pelo, que se le escapa entre la capucha y sus manos, que le tapa los ojos, que ve de a ratos. Miles de luces, o quizás son tres o cuatros, de los autos, que van tan rápido, que si ella da un paso, uno solo, podría morirse. Solamente un soplido más del viento. Su cuerpo volaría, por el viento un poco y por el impacto, porque ella es fuerte, pero tampoco tanto. Una luz colorada frena todo, el mundo de los autos, y el viento no para pero todo está tan quieto que parece que no está. Se acomoda la capucha y da ese paso, impulsado más por voluntad que por el viento, y no pasa nada. No llega la muerte, porque los autos están quietos un poco, pero más porque ella no quiere morirse. El pelo huele a ciego por su mirada, sin ser su dueño el viento, igual vuela por su cara. Ahora tiene frío, se le congela el cuello, es por el viento de hierro, que viene de atrás. Pero camina igual, con tibio miedo, por la calle, sola, con el viento que sopla y la empuja siempre un poco más allá. No sabe creo, que el viento no la quiere arrastrar, el viento la levanta, la empuja, la mantiene en pie, atento a sus pasos, manteniéndola firme cuando está por tropezar.