martes, 16 de septiembre de 2014

31 de Agosto de 2009

Esos ojos de agua, mojados de celeste, de llanto del ayer, que antes eran rosa, que ahora ya no es.
Me miraban enternecidos, de bronca y con castigo, de un anhelo impotente, de ese romántico idilio que no fue.
Y cómo me juraban, mientras se desvanecían en la puerta, que esto nunca iba a terminar, jamás.
Con odio sagrado, de ese interno, que quema con escozor cada partícula sensible de la piel.
Una vez más, mi sangre lastimada, renovada de tristeza, teñida de cielo en mis sueños de crueldad.
Con angustia desmedida, la realidad de a poco se abría con el día, de noche al amanecer, con mi enojo los echaba, los volvía adónde tienen que ser.
Y los malditos recuerdos mirados, de mentira un poco, pero mucho más de una verdad extinguida, me torturaban con resabios de amor nirvana.
Eran cómo el fuego cuando hace quemar, me recorrieron el cuerpo entero, avivando las heridas ya sanadas, cocidas con hilo de gran caudal.
Pero también eran cómo el viento que las seca en olvidos, las hace dejar de arder.
Esos ojos acuarela, azul y blanco, como el cielo, no son tuyos ni de nadie. 
Son de esos amares aguamarina, que el tiempo pintó de extrañeza.

Que los hizo de un color enamorado que una vez yo supe cómo fue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario