martes, 3 de marzo de 2015

Cultivos salados en la siembra del mar

Era de cantar, se oía a lo lejos como en los caracoles el mar. El arraigo suelto, ligero, de un amor nunca plantado, se desprende fácil de mi alma deshidratada. Escucho las raíces débiles romperse entre la tierra negra, mientras su mano las arranca y no tiembla. El niño interior angustiado, entre llantos de desconsuelo, dejó pasar el berrinche y se apoyó en otro suelo. Con la retenida comodidad de siempre, no dudo en que se amolda a su mundo reprimido en menos de lo que la espuma tarda en desaparecer de la orilla. Su voz, la de ese personaje que interpreta su sentimentalismo, me hace preguntas que no quiero contestar. Quiere hacerlo bien. Otra vez escucho el mismo ruido imperceptible que aturde mi emoción. Es la arena mojada en la playa que se resquebraja con el calor solar. Las grietas se llenan de agua con sal, arden las paredes, pero no tanto como para perpetrar. Sube y baja la marea, en un ciclo lunar de mil noches que no sé cómo serán. La gran duda que no tengo es que del otro lado del océano algo se debe poder plantar. Ahora queda nadar hasta allá.

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