jueves, 30 de julio de 2015

51 mts

Me desvanezco en el agua, en la claridad de lo profundo. Son esos cincuenta metros en los que no veo nada. Se empañan algunos recuerdos, palabras risueñas del ayer. Me sumerjo y se van. Todo se diluye en cada bocanda de aire mezclada con burbujas que contienen tanto de mí, de vos, de una ceremonia que no se festeja pero se celebra al renacer. Te miro en lo hondo, con esos ojos míos que no se distinguen en los de nadie, que no dibujan pupilas, que no dicen casi nada pero son tan transparentes como el agua clara que en cada brazada te destiñe. No veo aunque estoy mirando. Un velo de humedad indescifrable adivina figuras de antes, de abrazos en mis brazos que se mueven hacia adelante, revolviendo el mar enjaulado, sacando agua para dar paso a más agua. Creo a veces que estás ahí, enseñándome como antes, hasta el infinito cercano, que los dos sabemos que termina en el otro extremo. Llego, siempre llego y vuelvo a salir sin respirar tanto como debería. No quiero tener ese tiempo para pensarte, recordarte a mi lado o atrás, siguiendo mi agua, bordeando la estela de mi lento avanzar. Podría hacer esto hasta el último suspiro, pero en algún punto me detengo. Dejo fluir todo el cuerpo, suspendiéndome en la contención del líquido. La pausa es efímera, pero me alcanza para encontrarte. Más allá del otro extremo. Las gotas chorrean en charcos a tu lado. Pasaste los cincuenta metros y eso te deja afuera de mis aguas.

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